Con la selección española de fútbol hay una tendencia al desapego que es la misma que sienten muchos españoles por su país y por su bandera. Más que una forma de rechazo, juraría que se trata de una manera distinta de querer. En la naturaleza de nuestro pueblo está amar con casco y montar en moto sin él. Nos da más miedo el ridículo que el riesgo, y es un hecho comprobado que consideramos más honorable una fractura múltiple de huesos que de corazón.
Se entiende mejor si nos observamos en esa pequeña e íntima patria que es la familia. El español tipo puede renegar de sus padres o hermanos (amar con casco y con mono de cuero), pero no tolerará el mínimo desprecio de un tercero por poderoso que sea. De producirse, sacará la espada e invocará a Santiago.
Para reforzar nuestro sentimiento comunitario más allá de la autonomía correspondiente, necesitaríamos cada verano una invasión extranjera, preferiblemente francesa, o un Mundial de fútbol, en su defecto una Eurocopa. Sin disputa internacional caemos en la mayor de las desafecciones. Y eso es precisamente lo que nos ocurre ahora, cuando falta más de un año para el próximo Mundial.
Ser de un club, por cochambroso que sea, indica sentimiento de pertenencia y encomiable fidelidad
Admitámoslo. Cualquier excitación que nos hubiera generado el partido del pasado viernes ante Israel nos hubiera convertido en sospechosos de algo turbio. Ni el más fervoroso de los aficionados al fútbol se habría atrevido a retrasar una cita por el partido de la selección (clasificatorio, les recuerdo), pero sí lo hubiera hecho por un torneo de verano. Ser de un club, por cochambroso que sea, indica sentimiento de pertenencia y encomiable fidelidad, y así se percibe por el entorno, como una obsesión simpática. Ser de la Selección, y serlo a todas horas, sugiere sórdidas incursiones en las cloacas del Estado. Volvemos al prejuicio instalado y al sentido del ridículo. Te puede eliminar Italia, pero no te puede distraer Israel.
Por si no lo vieron y todavía no se atreven a mirar les diré que ganamos a la selección israelí, que es un equipo de fútbol y no un destacamento del ejército o del Mosad. Lo señalo por aquellos que se pasaron la tarde manifestándose contra Netanyahu. Si no me explayo con la brillantez del juego español es porque sé que no faltarán quienes me digan que ya podremos, ja, que Israel es un equipo menor y que además no debería estar incluida en la UEFA, sino en la Confederación Asiática, junto a Irán, Siria, Irak y otros países amigos.
En fin, que es una suerte que mañana nos reciba Francia. Jugar en París y ser recibidos por la Marsellesa nos autoriza a emocionarnos un poco, incluso a cancelar una cita galante. Se puede ir de frente y apelar a las revanchas eternas (2 de mayo, Eurocopa 84, Mundial 2006) o disimular y plantear la cuestión como un frío visionado de Griezmann y Mbappé, jugadores de nuestra ‘propiedad’ (efectiva o potencialmente) y consuelos en caso de derrota. Lo más importante es que, de cara o de perfil, haremos gala de nuestro peculiar carácter y daremos más importancia al honor que a los puntos. (more…)