Se nos fue Luis Aragonés; uno de esos personajes con los que servidor de ustedes, como aficionado al fútbol y al deporte en general, llevaba “conviviendo” toda su vida, y del que ahora en adelante me va a costar un poco, como a todos, asimilar que ya no se encuentra entre nosotros.
La primera vez que escuché hablar del técnico de Hortaleza fue poco después de empezar a aficionarme al fútbol, en los inicios del verano de 1989, cuando aún no había cumplido yo los diez años.
Por entonces, Luis estaba en negociaciones con el equipo que, casi 30 años atrás, le había empezado a lanzar al estrellato como jugador de Primera División, el Betis. Éstas no fructificaron porque el equipo verdiblanco, desgraciadamente para mí, bajó a Segunda, teniéndose que conformar con un entrenador de la casa, Juan Corbacho, para dirigir al plantel del sevillano barrio sureño de Heliópolis.
Claro está que, por entonces, ni se sabía, ni tan siquiera se barruntaba que aquel atlético de pro, que un año antes había salido del Barça por posicionarse con sus jugadores en el llamado “motín del Hesperia”, acabaría siendo dos décadas más tarde el hombre que cambiaría la historia de una selección española que todavía no era “la Roja” y que, en aquellos tiempos, estaba a punto de certificar su clasificación para el Mundial de Italia 90, del que Yugoslavia y Dragan Stojkovic nos echarían en octavos de final.
QUÓRUM ENTRE SUS JUGADORES
Podría centrarme, como aspecto más destacado de su dilatadísima trayectoria, en esto último, ya que sin duda se trata de lo que más atañe al balompié nacional, y a la filosofía y temática de nuestra web. O en la notable cantidad de clubes que ha dirigido, guardando casi todos ellos un buen recuerdo del gran profesional que fue.
Mas no sería nada original; así que tiraré hacia lo que, resultados deportivos aparte, más me ha llamado la atención sobre él. Hablo del cariño absoluto que le tenían todos, pero absolutamente todos sus jugadores. O, al menos, todos los que, pública o privadamente –que han sido muchos-, han comentado algo sobre su persona, durante todos estos años.
Ni uno solo se ha pronunciado jamás en contra suya, ni tan siquiera aquellos con los que ha llegado a tener algún medio rifirrafe de cierta índole. Ello no indica sino el carácter defensor a ultranza y protector, en el mejor sentido, del que siempre ha hecho gala para con sus pupilos.
Y es que si de algo podía presumir Luis, según quienes le conocían, era de ser un tipo sincero y honesto; que podía ser más o menos huraño pero que, a la hora de la verdad, siempre iba de cara con todo el mundo. Especialmente con quien le demostraba que merecía la pena.
Todo esto se resume en el tuit que le dedicó el pasado sábado Álvaro Arbeloa: “Qué grande has sido, Luis. ¡Y qué grandes el vacío que dejas! Descansa en paz, abuelo“. Porque eso mismo era el apodado, para algunos, “Sabio de Hortaleza”; y, para otros, “Zapatones”: el “abuelo” deportivo del balompié nacional. Un abuelo, que nadie tenga duda de ello, al que querían absolutamente por igual –es decir, mucho- todos sus “nietos”.
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