Cierra los ojos y revive

Mientras algunos recuerdos se pierden en un limbo inaccesible, hay determinados momentos de la existencia, buenos y malos, que quedan cincelados con una claridad meridiana, imborrables.

No conozco a nadie que no recuerde con quién estaba, a quién se abrazó cuando el yerno perfecto, o sea Andrés Iniesta, se convirtió en “iniestademivida”. A punto de entrar en un plató televisivo, mi abrazo eterno fue con el ‘Lobo’ Carrasco, como si quisiese agarrarme a todas aquellas generaciones de grandes futbolistas españoles que no tuvieron la suerte de que sus estrellas se alineasen. Las lágrimas, tras el pitido final, estaban dedicadas al abrazo que faltaba, el del padre con el que no poderlo compartir.

Aquel 10 de julio sudafricano nos sacudimos, aunque fuese por unos días, todos los complejos, mostramos al mundo nuestro talento y nuestra inigualable manera de ser felices.

Si me permiten la ironía para los que no entienden el magnetismo del fútbol, aquellos once chicos en calzoncillos detrás de un balón nos vertebraron como país, nos elevaron la autoestima y nos hicieron sentir orgullosos de ser españoles, dirigidos por un hombre maravillosamente cercano. Volveré a ver los partidos de aquel Mundial, los especiales, las intrahistorias y leeré las entrevistas, pero nada será más placentero que cerrar los ojos y revivir…