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Como decíamos ayer en nuestra crónica, con su título mundial de anoche Alemania hizo que se saldara una especie de “deuda histórica” para con el fútbol europeo, al convertirse en la primera selección del viejo continente en ser campeona del mundo en el continente americano.

Si bien Brasil, en Suecia 58, sí que había hecho posible que América triunfara en Europa, que los combinados europeos se hicieran con el título peleando por él al otro lado del charco había sido, hasta la fecha, un imposible.

Antes de Brasil 2014 se habían celebrado ocho mundiales en suelo americano -ya sea en el sur o en el norte-, y en todos ellos habían triunfado bien Brasil, Uruguay o Argentina. Es más, sólo Checoslovaquia, Italia, Holanda y Alemania -la RFA- habían conseguido al menos llegar a la final antes de que el país teutón, ya como nación unificada -futbolísticamente, desde septiembre de 1990-, haya, por fin, “conquistado las Américas”.

En la primera edición del campeonato, la de Uruguay en 1930, el combinado charrúa venció en la final por 4-2 a Argentina; veinte años más tarde, en Brasil, volvió a salir campeón Uruguay con el celebérrimo “Maracanazo” ante la anfitriona (2-1) en la liguilla final.

Checoslovaquia fue el primer equipo europeo en llegar al partido decisivo en América, durante la edición de Chile 62, pero cayó derrotada por 3-1 ante la gran Brasil que, en México 70 -con los Pelé, Jairzinho, Rivelino o Tostao-, volvería a someter a otro combinado europeo, como lo fue Italia (4-1).

Luego vendrían los dos triunfos de Argentina, primero en su propio país ante Holanda (3-1) en 1978; y ocho años más tarde, con Maradona, por 3-2 frente a la República Federal de Alemania, en el segundo Mundial celebrado en tierras mexicanas.

Por último, en 1994 y en Estados Unidos, Brasil volvió a vencer a Italia, en la vez en la que un equipo europeo se había quedado más cerca, ya que los “azzurri” aguantaron hasta los penaltis (0-0) en los que les condenaron los fallos de Baresi y de Roberto Baggio. Anoche, en Maracaná y pese a la pujanza de una muy notable Argentina, por fin Alemania las “vengó” a todas ellas… y al fútbol europeo en general.

Twitter: @VictorVictoris3

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Año 2002. José Antonio Camacho es el seleccionador nacional y está preparando el Mundial de Corea y Japón. Hace casi dos años decidió convocar a un chico melenudo de técnica poco depurada y con un entusiasmo arrollador. Juega de lateral derecho y en más de una ocasión se le pregunta por qué se encuentra en los elegidos y qué ha visto en Carles Puyol. Camacho ve un potencial mayúsculo. “Es un tío. No es bueno regateando ni centrando, pero sube la banda una y otra vez y pone el balón en el punto de penalti. ¿Por qué? Por que es un osado. Por que cree en lo que hace. Y no tiene miedo ni a tirar un caño ni nada. Es un tío!

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Una definición muy acertada para un perfil que se ha pulido a mejor con el paso de los años. Puyol pasó de lateral a central y ahí creció aún más. Su justito 1,80 nunca fue un impedimento para pegarse con los espigados delanteros de otras selecciones. Ni tampoco para hacer el gol a Alemania que llevó a España a su primera final de un Mundial. Dentro del vestuario español siempre fue el padre silencioso que imponía respeto a cada internacional nuevo que se estrenaba con la Selección.

Han sido catorce años de entrega sin rechistar desde que debutase en el Estadio Olímpico de Sevilla en noviembre del año 2000 con derrota ante Holanda (1-2), en los que ha vivido momentos duros y el tramo más dulce en la historia de la selección con dos Eurocopas y un Mundial en un tramo de 100 partidos. Su legado traspasa los límites de lo futbolístico ya que ha conseguido hasta el aplauso del seguidor del eterno rival. Y eso no lo consigue cualquiera. Incluso el reconomiento internacional. Un mito italiano como Franco Baresi le definía así: “Donde otro jugador no se atrevía a meter el pie, Puyol ponía la cara”.

¡Gracias Puyol! ¡Enhorabuena, mito!

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